La oferta de cultura artística, sigue la constante de ley de mercado: obedece a la demanda de la sociedad. Esto es así, porque mientras haya un público que aprecie y consuma expresiones artísticas, habrá una demanda que los creadores y ejecutantes artísticos podrán satisfacer.
Cuando un Estado destina un rubro presupuestal de su gobierno al sector cultural, no pretende fomentar “consumidores de arte” sino que busca apoyar el desarrollo de los artistas, pues de ésta forma estarán en aptitud de cubrir la demanda de arte de determinada sociedad, y cuando la comercialización de arte es elevado, genera un beneficio directo a la comunidad artística y una derrama económica a diversos sectores, que se ven beneficiados indirectamente.
Cuando esto ocurre así, el presupuesto gubernamental para el ámbito artístico cultural no constituye un gasto, sino una inversión. Por el contrario, cuando determinada sociedad no consume expresiones artísticas en forma habitual o considerable, provoca que la demanda sea baja o nula, lo que ocasiona que la labor artística sea mal pagada o incluso denostada, pues se le tiene como un sector infertil.
Esto hace innecesario destinar un presupuesto decoroso al sector cultural, pues no se justifica la producción artística sino hay demanda, máxime que cada peso destinado a ello no representa un impacto a los ingresos del artista y mucho menos en forma indirecta a otros sectores.
En esas circunstancias, se corre el riesgo de que el presupuesto destinado al sector cultural no represente una inversión, sino un gasto.
Debe tenerse en consideración que los apoyos, becas y subsidios gubernamentales deben estar orientados a fomentar el desarrollo y formación de artistas, pero no es sano que éstos vivan de dichas percepciones, pues, además que se traduce en una carga al erario público, lo adecuado es que la demanda de arte sea suficiente como para que la sociedad tenga el hábito de pagar por aquel, pues al igual que otras áreas del quehacer humano, el arte es fuente de oficio y profesión.
Aún cuando la autoridades pretendan desarrollar grandes estrategias de promoción cultural, esto no será provechoso sí la sociedad no tiene afición al arte y no está habituada a consumirlo como un producto pagando su valor, pues lo único que se logra es tener espectáculos y exposiciones con auditorios vacíos, taquillas desiertas, salas solitarias.
Solemos quejarnos de que las autoridades no fomentan espacios culturales o que no destinan presupuestos dignos al ámbito cultural. ¿Pero vale la pena que el gobierno lo haga? Como colectivo, ¿apreciamos la labor artística de forma tal que tengamos él habito de pagar por ella? ¿o sólo asistimos a los eventos gratuitos que organiza el gobierno, tal vez porque no hay nada más que hacer o porque bailará o recitará algún sobrino?
Los Estados y países que destinan fuertes rubros presupuestales a la cultura artística son el reflejo de su población que aprecia el arte y tiene el hábito de pagar por él. Mientras eso no suceda, seguiremos haciendo lo que nuestra subjetividad estime artístico, por el mero placer que el arte brinda y sin intención de “crear cultura” pues eso es un cultivo que la propia sociedad, en el marco de su gusto y condición socioeconómica, ha de realizar como parte de su devenir cotidiano.
Por ello, el arte define sociedades a través de los tiempos, porque evidencia sus gustos y hasta sus necesidades.
Quien valora y paga por el arte, valora y cultiva su sociedad.
Carlos Valladares. Abogado litigante, consultor y asesor. [email protected]
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