Como algunas personas saben, en la actual Alcaldía de Tlalpan, se encuentra la que fue la casa del personaje que fue once veces Presidente de México, Antonio López de Santa Anna.
Este hombre, cuyo nombre completo era Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, fue el héroe que en 1824 derrotó en el Fuerte de San Juan de Ulúa, al General Isidro Barradas, un español que intentó encabezar la reconquista de México.
Ese triunfo, le valió el título de “El héroe de Tampico”.
Santa Anna, militar de carrera, fue también el gran estratega que derrotó a los estadounidenses levantados en Texas por su independencia, a quienes derrotó en el Fuerte de El Álamo, dando origen al grito de guerra que los soldados de ese país emiten cada vez que entran en una guerra, y que es “¡Remember the Álamo!”.
Este hombre, que en la cumbre de su poderío, exigió que se le diera el tratamiento de “Alteza Serenísima”, siempre fue un acomodaticio de la política, pues lo mismo fue realista, que monárquico, federalista que centralista, liberal que conservador. Criollo de origen, fue también gobernador de Yucatán y de Veracruz.
A sus escasos 16 años de edad, ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería Fijo de Veracruz, perteneciente al Ejército Real de la Nueva España.
A los 47 años de edad, en 1821, derrota a unos rebeldes insurgentes en Orizaba, y es reconocido por el Virrey, quien lo ascendió a teniente coronel, y más tarde, a Comandante del Puerto de San Juan de Ulúa, y se inicia en la política apoyando a Iturbide, de quien estuvo a punto de convertirse en cuñado, pues éste pretendió a su hermana, por motivo estrictamente políticos, y fueron amigos hasta que Iturbide se declara Emperador, con lo que Santa Anna emite el Plan de Veracruz y luego el Plan de Casa Mata, que declara ilegal la elección del Emperador y declarándose en favor de una república.
Después de muchos avatares, finalmente Santa Anna se convierte en Presidente de México en 1833, y en el lapso de 22 años, ocupó nada menos que once veces el máximo cargo político en este país.
“Despreciable, pero imprescindible”. Así lo calificaban sus adversarios políticos, quienes le reconocían una gran capacidad como estratega militar, pero con un ejercicio autoritario del poder, que confirma la “maldición” que pesa sobre la silla presidencial de México: Todo aquel que la ocupa, se enferma de soberbia y pretende eternizarse en el máximo cargo político que existe en México.
Corrupto, mentiroso, manipulador, falsario, y una gran cauda de “milagritos”, le fueron colgados por sus enemigos, y hasta ha quedado en duda si en realidad se le hace justicia con todos esos calificativos.
A Antonio López de Santa Anna, le toca encabezar la dolorosa acción militar en contra de la invasión estadounidense que, en una guerra desigual, ocurrida entre 1847 y 1848, y donde el ejército del vecino país tenía de su lado armamento muy superior al mexicano, lo que culminó con la pérdida de la mitad de nuestro territorio, y a pesar de eso, nuestro personaje todavía ocupó más veces la presidencia del país.
Ya en su ancianidad, se cuenta que, ante la invasión francesa, ocurrida en 1862, pidió audiencia con el Presidente Juárez, quien lo rechazó en repetidas ocasiones, pues se odiaban mutuamente, y cuando finalmente lo recibe en Palacio Nacional, “El Cojo”, como le llamaban sus detractores, portando su uniforme de gala, se presenta ante el Benemérito, y le dice con toda solemnidad: “Señor Presidente, vengo a poner mi espada al servicio de la nación”.
Juárez lo miró con desprecio, y sólo respondió: “Guarde su espada, General. El país no lo necesita”.
Quizá si Juárez hubiera aceptado la ayuda de Santa Anna, quien como ya dijimos, era un gran estratega militar, la historia de la Invasión Francesa y el posterior Imperio de Maximiliano, habría tomado otros caminos.
Pero eso, como todos los “hubieras”, nunca lo sabremos…