Esta semana se cumplieron 531 años del mal llamado “Descubrimiento de América”, al que prefiero nombrar como “Encuentro de dos mundos”, lo que significó, para los habitantes de estas tierras, el fin del mundo conocido hasta entonces, así como la destrucción de su civilización, sus costumbres, su religiosidad y su identidad, a manos de los invasores que, en el caso de nuestro México, significó nada menos que 300 años de opresión y explotación a manos de los españoles.
En otras latitudes de nuestro continente, las cosas no fueron menos graves para los habitantes de lo que actualmente es América Latina.
Se habla de un “descubrimiento”, cuando lo que ocurrió fue el encuentro entre una raza que traía armas de fuego, hasta entonces desconocidas en estás tierras, más la introducción involuntaria de la viruela, para la que no estaban preparados nuestros antepasados, lo que se unió a la creencia de que Hernán Cortés y sus secuaces eran nada menos que el mismísimo Quetzalcóatl, un dios que había prometido regresar algún día a retomar el gobierno de su reino.
Cristóbal Colón, de quien aún se discute si era judío, italiano, o de alguna otra nacionalidad europea, y de quien se desconoce a ciencia cierta en dónde está sepultado, ya que hay nada menos que SEIS lugares que se disputan ese honor, había iniciado su aventura en agosto de 1492, en su pretensión de encontrar una nueva y más corta ruta hacia “Las indias”, deseo que cristalizó el 12 de octubre de 1492, lo que motivó a que a estas tierras se les llamara así, “las indias”, y a sus habitantes, “indios”.
Pero más allá de filias o fobias, los mexicanos debemos dejar atrás el pasado, porque, ni somos españoles, ni somos indígenas, sino una mezcla multicultural que se avergüenza de sus dos raíces históricas, ya que mientras por un lado hace chistes sobre gallegos, también discrimina y denigra a los herederos de nuestros antepasados indígenas.
El encuentro de dos mundos y la Conquista llevada a cabo por Hernán Cortés en 1521, ocurrieron hace varios siglos, y no podemos seguir anclados en el pasado, pues lo que fue ya ocurrió, y tanto los descendientes de los españoles, como los descendientes de los indígenas, no vivimos esos acontecimientos, y creo que ya es tiempo de sanar nuestras heridas y mirar hacia el futuro y no hacia un pasado que no podemos cambiar.
Querámoslo reconocer o no, ambas son nuestras raíces, y contra eso, no podemos hacer nada.
Hoy toca construir el mundo del mañana, y a esa tarea debemos enfocar nuestros esfuerzos, para que seamos capaces de construir un mejor mundo, porque tenemos la responsabilidad de dejar a nuestros descendientes un mejor futuro.
Ojalá seamos capaces de retomar sólo los aspectos positivos que nos han heredado nuestras dos raíces históricas, y no los negativos, porque de negatividad, ya tiene suficiente el mundo en que vivimos.
Por Alejandro Merino
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