Mi padre hacía su trabajo como policía con seguridad y responsabilidad, pero eso no impedía que fuera un tipo bohemio y bonachón. En las reuniones y fiestas siempre tenía la oportunidad de cantar.
En su casa, en el número 9 de la calle Rosas en la súper manzana 22, se reunían con regularidad sus viejos y nuevos amigos, la mayoría compañeros de gabinete e, incluso, el alcalde Amaro Santana.
Jesús Ocejo, Marco Antonio Torre, Rafael del Pozo y Alcalá, Antonio Cuevas, eran asiduos invitados a comer un rico mondongo o un pulpo en su tinta, preparados por Margot Osorio, la pareja de mi papá.
Las reuniones se prolongaban hasta tarde en la noche con interesantes jugadas de cartas y dominó.
En una colaboración que tenía en Novedades de Quintana Roo, Rafael del Pozo insinuó que papá podría ser considerado para la Presidencia Municipal, pero en realidad todos sabían que esas decisiones se tomaban desde el edificio más grande de la avenida 22 de enero en Chetumal.
Y, en efecto, a la alcaldía llegó José Irabién Medina, un tipo muy agradable que en su momento también ambicionó ser gobernador de la Entidad.
Luego llegó a gobernar Cancún el Lic. José Joaquín González Castro para mí, el mejor en la corta historía cancunense y con quien colaboré de manera indirecta coordinando el noticiero de Radio Ayuntamiento y con Jorge González Duran como supervisor.
Luego fue nominado José González Zapata.
Hago mención de esto porque mi padre no colaboró en ninguna de esas tres administraciones y se dedicó a construir un pequeño patrimonio, principalmente un grupo de departamentos que construyó en su casa y cuya renta le permitía vivir sin problemas.
En ese lapso, se separó de su esposa, yo regresé a Cancún después de unos años en Mérida por estudios y trabajo en el Diario de Yucatán.
Un episodio relevante en nuestra relación de padre e hijo fue cuando conocí a Carmita Santana, quien poco después se convirtió en mi esposa y lo sigue siendo después de 35 años.
Carmita llegó a Cancún para probar suerte como profesional. Recién había terminado su carrera como cirujana dentista, pero, muy importante, vino acompañada de mi hermana Irma Cecilia, quien pretendía ganarse la vida en esta ciudad.
Fue por Irma por quién conocí a Carmita, pero eso es otra historia.
La de hoy es que papá aprovechó su buena relación con mi esposa, que era otra hija para él, para recomponer a su familia.
Llegó entonces mi hermana Silvia (a quien como dato curioso la “recibió” el huracán Gilberto en 1988, cuando estaba recién casado) y así nos fuimos reintegrando como familia.
Mi hermana Sheila, quien conmigo tiene una historia especial que ya contaremos, ya vivía en Cancún, pues al igual que yo permanecimos “junto” a papá pese a las condiciones nada fáciles.
Reuniones casi todos los fines de semana con ricas comidas y alegres pláticas, pues todos, aunque con carácter, tenemos buen sentido del humor.
Después de muchos años construimos alrededor de mi padre una familia feliz.
Pero llegó el 21 de agosto. Él se fue, pero nosotros quedamos con la festividad de su espíritu.
Hasta hoy, tratamos de reunirnos cada semana.
Siempre nos faltó mi hermana Bertha, quien tenía su vida hecha en Tuxtla Gutierrez, Chiapas, con también episodios trágicos que también merecen contarlos en otra historia.
Como final solo puedo decir que seguimos extrañando a mi padre.
Por: Jorge Acevedo Marín
Este artículo fue publicado originalmente en quintanaroovivo.com y es reproducido con permiso expreso de sus autores. Para leer el texto original visite: https://www.quintanaroovivo.com/post/papá-segunda-parte