Han pasado más de 300 años desde que el capitán Juan de Ortega y Baldivia, adquirió una cripta para él y su familia, en uno de los monasterios arquitectónicamente más originales en la ciudad de México, el ex convento y colegio de El Carmen, en San Ángel, sin imaginar que pasarían a la posteridad gracias a un proceso natural de momificación.
La zona aledaña al ex convento, ubicado al suroeste de la ciudad, en el corazón de San Ángel, avenida Revolución s/n, entre Monasterio y Rafael Checa, fue el sitio ideal para que las familias ricas de la época construyeran sus casas de verano, donde pasaban los fines de semana alejados del centro, a unos 12 kilómetros, sólo les faltaba asegurar el bienestar eterno.
Las criptas, están ubicadas bajo la nave de la iglesia se destacan por el uso de azulejos de Talavera poblana del siglo XVII, con decoraciones murales y altares, un pequeño retablo dorado y pilas de agua bendita hechas de alabastro.
El espacio correspondiente a la “nave” servía como capilla ardiente y velatorio, mientras que frente al altar principal se llevaban a cabo las “misas de cuerpo presente”; y luego, con sólo remover la tapa de la cripta, quedaba efectuado el entierro.
Ingresar al sitio es una experiencia de contrastes, caminar por un largo crucero y sus respectivos altares (mayor y menores), elementos constructivos que nos dan la impresión de estar realmente dentro de una pequeña iglesia, en este caso propia para efectuar oficios religiosos de tipo funerario, y también echar a volar la imaginación, tener en mente los mitos y leyendas, justo antes de mirar los cuerpos deshidratados.
Cráneos con un rictus desgarrador, las manos extendidas o encogidas y la vestimenta luida, despiertan en algunos casos el temor a lo desconocido, el misterio, y el asombro ante la excepción, de que luego de la muerte los 12 cuerpos se hayan deshidratado, y quizá, no hayan logrado el descanso eterno.
En general, los visitantes acuden con respeto y en silencio a la cripta, prevalece la incógnita en torno a la identidad de las 12 momias, descubiertas en la capilla mortuoria, entre 1917 y 1918, cuando las tropas revolucionarias ingresaron al lugar en busca de tesoros.
De acuerdo con el director del actual Museo de El Carmen, custodiado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) desde 1939, Alfredo Marín Gutiérrez, es muy poca la investigación que existe acerca del caso de las momias de San Angel.
No obstante, “de las muchas leyendas que existen una me llama mucho la atención, la que narran los custodios que hacen la limpieza en la capilla: dicen que luego de que dejan perfectamente limpia el área, al otro día encuentran bolitas de cabello en el piso, porque las momias salen a peinarse”, relata Marín Gutiérrez.
Lo real, dice, es que nunca he visto rastros de cabello y tampoco he escuchado ni llantos, gritos o notado alguna presencia extraña “y he pasado por el lugar hasta altas horas de la noche.
El restaurador Marín Gutiérrez, que en los últimos dos años se han monitoreado constantemente a las momias y la conclusión es que no se observa un cambio drástico de destrucción. La conservación de las mismas consiste en que dos veces al año son fumigadas para evitar la proliferación de microorganismos.
Planteó la necesidad de impulsar un proyecto en el sitio que incluya un estudio especializado de las momias porque ni siquiera se sabe con certeza la identidad de los cuerpos, “los ataúdes originales fueron destruidos por los saqueadores y con ello las inscripciones”.
Igualmente, dijo, es necesario dotar a la cripta de una museografía adecuada y colocar a las momias en cajas cerradas herméticamente porque éstas son elementos muy importantes para el Museo.
La clave científica del proceso de momificación está en las criptas arcillosas o calizas y el medio ambiente húmedo. Al combinarlos se crea una condición hidroscópica, es decir hay un control de humedad y temperatura, lo cual evita que las larvas y demás insectos que intervienen en el proceso de putrefacción afecten el cuerpo. En pocas palabras, la piel y los tejidos se deshidratan.
Un elemento constructivo hallado en este convento Carmelita se observó cuando se restauró el piso de la capilla; una pequeña zanja que surtía de agua y humedad constantes los alrededores de la construcción erigida sobre terreno de tepetate.
Fray Andrés de San Miguel, fue el arquitecto, hidrógrafo y horticultor del ex convento y se inspiró para su construcción en los modelos clásicos y del renacimiento italiano. Combinó la austeridad de la regla y la obediencia a lo impuesto por la orden Carmelita en la materia.
Este artículo fue publicado originalmente en PEregerineros.wordpress.com y es reproducido con permiso expreso de sus autores. Para leer el artículo orginal visita: https://peregrineros.wordpress.com/2022/01/21/las-momias-de-san-angel-miedo-al-misterio-y-respeto-por-el-descanso-eterno/
Imagen del INAH
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