¿La monetización dicta que leemos?

La batalla por los lectores neoyorkinos que se libró en las páginas de los medios propiedad de Hearst y Pullitzer al final del siglo 19 pareciera revivir en pleno Siglo 21; quizá sea porque en realidad nunca murió.
Desde la era de Hearst y Pullitzer el amarillismo y sus estilos herederos se han sabido perpetuar a través de una cultura de irresponsabilidad bien escondida detrás de la bandera de la libertad de expresión, y me atrevería a decir que la supervivencia del periodismo sensacionalista depende enteramente de la existencia del periodismo ético.
Si bien se sigue hablando del Yellow Journalism o periodismo amarillista, últimamente el término más común es el “market-driven journalism”.
El “market-driven journalism” o periodismo marcado por el mercado, se basa principalmente en noticias triviales, diseños sensacionalistas, juegos en el tamaño de titulares, fotografías modificadas, colores llamativos, imágenes irrelevantes, descontextualizadas e incluso espeluznantes, que atraen audiencias masivas.
En este “nuevo” periodismo, que en realidad no es tan nuevo, el entretenimiento se maximiza y se minimiza la información, así, los medios de comunicación informan sobre lo que interesa a las personas en lugar de informar sobre noticias que son importantes.

Del amarillismo al market-driven journalism: el valor de la ética periodística


El “Market-driven journalism” encuentra a su aliado perfecto en la “monetización”.
La internet es actualmente la arena más importante de la información; ya sea en redes sociales, en blogs o en sitios formales, los reporteros, periodistas y editores, se disuelven y confunden entre los “creadores de contenidos” y los “community managers”, y el lector distingue cada vez menos entre uno y otro, pues no importa quien descubrió la información sino quien la presentó de manera más interesante.
Así, la monetización, apoyada por un sin número de datos, gráficas y cálculos de posibles ingresos, sugieren y guían a todos los que, de una u otra manera nutren de información la red de redes, hacia aquellos temas que mejor convendrán a su bolsillo llevando a la creación de mayor número de contenidos sensacionalistas y a una reducción de contenidos importantes.
Paralelamente, los publicistas y mercadólogos son bombardeados por un complejo sistema de algoritmos y análisis de datos que los llevan a ponerse en las “manos” de la dinámica de la web, donde no importa tanto el espacio que compartirá su anuncio, sino la seguridad de que éste será visto por la mayor cantidad posible de clientes potenciales que coincidan con los parámetros que dictaron los análisis de mercado.
El resultado seguramente lo han visto muchos de ustedes: un anuncio de un resort familiar del Caribe, tiendas departamentales, líneas áreas o hasta los órganos encargados de difusión de destinos turísticos, terminan a un lado de la foto o nota de la balacera en el destino/ciudad donde se ubica la empresa que se publicita.
La razón es de lo más lógica: seguramente, hasta las mamás que están buscando un lugar tranquilo para pasar las vacaciones familiares, tienen entre sus gustos culposos leer noticias sensacionalistas, por lo que el sitio de nota roja, sin duda puede ser el más consultado por el público al que aspira llegar el hotel, visitar el destino… lamentablemente, el resultado seguramente no será el esperado pues aunque la mamá disfrute leyendo sobre balaceras, seguramente no espera terminar con su familia siendo la protagonista de la siguiente.
Pero el impacto del anuncio en el lugar equivocado es aún mayor, y se da en la vida real en un triste circulo vicioso que se escribe todos los días en el internet: el anunciante recibirá un informe que le indicará que por sólo un centavo, su anuncio fue visto por un ama de casa que quería ir de vacaciones al Caribe; el dueño del sitio sensacionalista recibirá su pago proporcional con el debido incentivo para que siga publicando notas sensacionalistas sobre crímenes en el Caribe; mientras, el periodista de investigación que da seguimiento ético a las notas locales seguirá viendo como sus ingresos por páginas vistas en su blog siguen sin crecer y eventualmente, ¿por qué no? terminará cediendo a la presión de los vendedores de espacios publicitarios para publicar más notas como aquellas que si pagan.
“Es importante mencionar que este tipo de propaganda amarillista patrocinada para oír grandes transnacionales, es incluso semejante a la que ejerció la United Fruit Company en Centroamérica para crear el fantasma del comunismo y poder ocupar y explotar los recursos naturales de varias naciones abandonándolas en un caos político y administrativo del que 50 años después, siguen sin recuperarse. Pero es más grave aún, la tendencia de los mercados y los influencers patrocinados hoy en día, ya que los gobiernos pasaron de estar en manos de políticos a empresarios, luego a futbolistas, posteriormente a actores y finalmente están recayendo estas responsabilidades en influencers, lo que nos debe llevar a replantear los grandes negativos de este tipo de actividades”, afirma Hugo Alday, abogado experto en propiedad industrial y derechos de autor.
Hay un dicho muy famoso en México que reza “El que paga manda”, y por eso creo que los anunciantes, grandes y pequeños, tienen mucho que hacer para mejorar los contenidos de nuestros medios: si ellos pagan, ellos pueden demandar a los encargados de colocar los anuncios publicitarios, que elijan los sitios cuyos contenidos se apegan a la ética periodística, las empresas pueden exigir que su publicidad sea vista solamente en aquellos sitios que manejen la información de manera responsable.
Para las empresas un anuncio representa apenas unos centavos, pero del otro lado, en la arena de creación de contenidos, esos centavos podrían encender una pequeña luz en esta era donde la ética periodística desfallece en el ciberespacio.

Por Talina González