A pesar de que llevo ya 41 años (que cumplo en octubre) en la hermosa actividad de la docencia, misma que siempre pude combinar con mi trabajo periodístico (del que ahora estoy parcialmente retirado), considero que quien tiene el “atrevimiento” de plantarse frente a un grupo en un salón de clases, y ahora en las aulas virtuales a través del internet, no debe tomar esta actividad como una “chamba” más, sino con toda la grave responsabilidad que implica tener en las manos -por así decirlo- el futuro de las personas que tienen la buena o mala suerte de ser sus alumnos.
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De manera que -considero- uno debe enseñar al alumno, no sólo las herramientas profesionales para que sepa desenvolverse en la vida, sino también -y creo yo que es lo más importante- a usarlas con RESPONSABILIDAD.
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La docencia, pienso, es en sí misma un acto de amor, porque es amor, y debe hacerse con amor, el acto sublime de la enseñanza, tan importante, que de su actividad podemos ayudar a la sociedad a ser cada día mejor.
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Así lo pienso y así lo actúo.