¿CÓMO PUEDO INCLUIR EL ZEN EN MI VIDA COTIDIANA?

Vivimos en una época de desequilibrio con nosotros mismos, rodeados de estímulos sensoriales que, aceleradamente, nos dirigen a un lugar desconocido en la sociedad, liderado por las tecnologías y los medios que nos hacen desprendernos de nuestra esencia y del presente. Nos vamos transformando en varias versiones de lo que vemos y nos influye, pero a la vez nos alejamos de quien realmente somos. El zen, lo que busca es una reconciliación y reequilibrio con aquella energía vital proveniente de cada uno de nosotros.

Su filosofía viene desde ciertas ramas del budismo que fue desarrollado en Asia y adoptado en Japón por guerreros y samurais, debido a la autodisciplina y control que implicaba. Posteriormente, lo aunaron más a su cultura y, al se una filosofía ligada con la naturaleza, construyeron bellos jardines en los templos con pequeñas cascadas que dejan caer ligeramente el agua, generando un sonido pacífico, en un ambiente fresco rodeado de plantas que oxigenan la atmósfera o, por otro lado, como se puede ver en Kioto, hubo jardines despojados de agua. Se simplificó la forma, abstrayendo el jardín a su más pura esencia, representando el agua con ondulaciones en la arena, y colocando piedras de formas orgánicas distribuidas por el espacio, creando así un paisaje libre de obstáculos y completamente a disposición de la meditación.

Esto podría recordarnos a las pequeñas cajas de arena que venden para las oficinas, en las cuales uno se puede relajar mientras cepilla la arena y crea estas ondulaciones. Justamente es porque se entra en un estado mental de zen, donde la mente deja fluir los pensamientos sin que estos se detengan y atormenten. 

“Sin objeto, sin imagen y sin enfoque, ¿qué estás mirando?… Te ves a ti mismo observar.” -James Turrell.

El zen deja al lado el ego y se encamina en un encuentro con uno mismo a través del vacío y la nada, reposando el flujo de pensamientos acelerados de la cotidianeidad.

Para llevar a cabo esta meditación, se requiere de un espacio calmo, natural ya sea natural o una habitación que procure la simplicidad y limpieza, sin sonidos perturbadores ni estímulos del exterior.

El siguiente paso es colocarse (mayoritariamente sentados) hacia el vacío y llevar a cabo una serie de respiraciones con intervalos de segundos, lentas y constantes hasta que el cuerpo se relaje. Empezando por los músculos, dejando los brazos caer ligeramente, y siguiendo con la mente, que se deja intervenir por el vacío para que los pensamientos vayan bajando la velocidad y empiecen a fluir al ritmo de las respiraciones y de la sensación de ligereza en el cuerpo.

Como menciona el libro ¿Qué es el zen?, publicado en 1984 por Dokusho Villalba, en la meditación del zen, se busca la relajación de la corteza cerebral, permitiendo el constante flujo de sangre hacia todas sus capas, para que desacelerar los pensamientos de la vida cotidiana y se llegue a un estado de semi sueño, donde no se ha dejado la vigila, pero se da al cuerpo y ser, la impresión de bienestar y calma. Las respiraciones continúan y los pensamientos no cesan, pero se les deja fluir con la exhalación, pasan pero no se quedan ni interrumpen el estado de calma ya provocado, solo se desvanecen al pase de los segundos. Esto hace que el cerebro se muestre atento y perceptivo en su máximo nivel, permitiendo poco a poco la llegada al subconsciente profundo.

En este sentido, el vacío no es inexistente, en una bocanada de aire fresco que otorga de nuevo la vitalidad, una especie de inmersión en el universo desde lo terrenal, desde uno mismo y su microcosmos capaz de despojarse de la vida acelerada y las innumerables exigencias de la contemporaneidad, para crear un propio espacio sin diálogo ni objeto, solo el propio ‘estar’ con uno mismo.

Es por ello que, cuando uno visita un templo japonés, o uno de los jardines secos o alguno con frondosos árboles y ríos, experimenta una sensación de plenitud que no había sentido antes, de calma profunda y un renacer del pensamiento y del propio ser. Es una experiencia que, sin ser religiosa, llega a lo más profundo del alma y provoca un reencuentro con uno mismo.

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