Las imágenes que inundan las redes sociales en las que se muestran los aberrantes bombardeos contra la población civil, detonan invariablemente preguntas.
“Tenemos una vida y tenemos una muerte. me he enfrentado a la muerte en varias ocasiones y he visto gente morir delante de mis ojos. Debería estar muerto. Voy a correr el riesgo y enfrentarme a los peligros que supone viajar a Europa si ayuda que mis hijos tengan una vida mejor.”
Ahmad, refugiado sirio en Jordania.
Aunque en marzo de 2018, el conflicto en Siria cumplirá ocho años de haberse iniciado y habrá acumulado al menos más de 465,000 bajas civiles y más de 12 millones de ciudadanos desplazados a países como Turquía, Jordania y Líbano; la crisis en Siria tiene su origen en 1982, cuando el entonces presidente Háfez al-Ásad (padre del actual presidente Bashar al-Ásad) ordenó la militarización de Siria en represalia a las acciones de la Hermandad Musulmana en Hama, dejando como consecuencia miles de bajas civiles y causando la inestabilidad de la ciudad.
Durante la Primavera Árabe en 2011, los activistas pro democráticos aprovecharon la oportunidad para iniciar propuestas pacíficas como respuesta a la detención y encarcelamiento arbitrario y jóvenes (varios de ellos menores de edad). Incluso, uno de los detenidos, un chico de tan solo 13 años falleció después de haber sido sometido a torturas por parte del ejército sirio.
Como era de esperarse, las protestas pacíficas subieron de tono ante las detenciones injustificadas y las nacientes represiones hacia la población civil. A esto, el presidente Bashar al-Ásad ordenó al ejército recrudecer las represiones hacia cualquier, tipo de manifestación y generando detenciones masivas.
En julio de 2011, detractores del ejército sirio anunciaron la creación del Ejército Libre de Siria, un grupo rebelde cuyo objetivo era fraguar el golpe de Estado al gobierno de al-Ásad, aunque esto significara el inicio de una Guerra Civil.
En este agitado y fragmentado entorno social se generó el ambiente propicio para el resurgimiento de movimientos sectarios entre los Musulmanes Suníes y los Alawi (secta del Islam a la que pertenece el presidente al-Ásad) facción que domina los asuntos de seguridad interna del gobierno sirio.
A lo largo de los años, este conflicto ha ido escalado no solo en términos políticos, sociales y económicos; el escalamiento en términos humanitarios ha sido devastador.
Según datos de las Naciones Unidas más de la mitad de los habitantes que tenía Siria antes de 2011 han abandonado el país, lo cual ha dejado al país en un estado de emergencia humanitaria en el que más de 11 millones de personas requieren atención médica y alimentaria urgente.
Pero el problema han tomado dimensiones regionales en dos vías; por un lado la crisis regional ocasionada por Daesh (que es el nombre correcto para ISIS, agrupación formada por grupos guerrilleros y paramilitares sirios, iraquíes y miembros de Al Qaeda que buscan retomar el control y la potestad sobre la tierra que ocuparon hace por lo menos 400 años y que a principios del siglo XX les fue prometida por los colonizadores occidentales pero jamás regresada) y por el otro, el crecimiento repentino de la población en los países receptores de migrantes sirios que pone en una situación extrema sus infraestructuras y sistemas económicos.
Las imágenes que inundan las redes sociales en las que se muestran los aberrantes bombardeos contra la población civil, detonan invariablemente preguntas como ¿por qué a pesar de los esfuerzos internacionales no se ha logrado pacificar la región y terminar con la crisis en Siria? ¿no es suficiente el sufrimiento de tantas madres que han perdido a sus hijos por nada?
Aunque parezca que sencillo, la pacificación de Siria es hoy más compleja de lo que pareciera. No es sencillo desmenuzar la complejidad de causas que hoy abrazan el conflicto y lo toman como bandera de diferentes posturas. En una instancia, los gobiernos de mayoría Shiita como Irán, Irak y Líbano con bases del Hezbollah han apoyado las acciones permanentes del presidente al-Ásad argumentando la lícita defensa del Estado basado en el Islam. Por otro lado, se encuentran los países de mayoría Sunita como Catar, Arabia Saudita y Turquía, los cuales han reiterado el apoyo a los grupos rebeldes anti al-Ásad. Por si fuera poco, desde 2014, el grupo de coalición de EU ha bombardeado de manera regular los puntos y territorios ocupados por los grupos rebeldes sirios, lo que ha puesto literalmente a la población en un fuego cruzado. El componente de tensión que le agrega al conflicto la participación de Israel y Rusia cada uno jugando roles estratégicos a conveniencia hace de Siria un escenario complejo y por demás hostil en el que la vida se ha hecho literalmente imposible.
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