Por Otto Von Bertrab
El viernes por la tarde una fuga provocada a los ductos de PEMEX en el tramo de Hidalgo llamó a las población huachicolera a un festejo de robo de combustible. Con alegría y espíritu festivo cientos de personas se presentaron en la zona indicada y organizándose al rededor del chorro de combustible, cargando recipientes y bidones, tomándose turnos para recuperar el líquido preciado. Los que estaban alrededor tomaban vídeo de la situación que parecía una verdadera fiesta de pueblo. Eventualmente llegó la policía y el ejercito, pero ante la exaltación de la multitud reunida prefirieron optar por la prudencia y mantenerse a una distancia segura.
Después de dos horas de saqueó, cuando la gente ya se retiraba cargando bidones de 50 litros ocurrió lo que nadie quería. La explosión incendió el charco de combustible en el piso y la fuga parecía un soplete de fuego que se levantaba tan alto como la torre de una iglesia. Parecía que la fiesta se había sobrepasado y los fuegos artificiales se salieron de control. Las personas que pudieron corrían para buscar ponerse a salvo, algunos encendidos en llamas.
Imágenes dantescas de un infierno en vida comenzaron a brotar en las redes sociales. Lo que en un principio comenzó en un festejo de lujuria y ambición, una auténtica orgía de desfachatez haciendo alarde del robo como si fuera una bendición, terminó rápidamente en un purgatorio donde los que celebraban limpiaron sus penas con dolor y desesperación. Las imágenes son horribles, decenas de personas en llamas tratando de alejarse de la explosión, cuerpos incinerados cuya muerte debió de haber sido lenta y dolorosa.
Mientras la nación y el mundo entero observaba desde las redes sociales y en los noticieros los trágicos sucesos, el Gobierno entró en estado de emergencia, tratando de salvar vidas y de extinguir la conflagración. Mientras esto ocurría la escena se repetía a unos cuantos kilómetros en otra toma clandestina, ahora en Querétaro. ¿Qué le pasa a la gente? Entiendo que la pobreza ha orillado a algunos para buscarse el sustento a costa de lo que sea. Pero con toda franqueza en las imágenes publicadas yo no vi gente pobre sufriendo de miseria, los que llegaban al festejo huachicolero venían preparados, organizados, algunos en camionetas. No me parece justo pensar que los pobres son ladrones, por el contrario.
Hay una ley de causa y efecto que aquí quedó manifiesta. Es un hecho de la vida que lo robado se convierte en veneno. Lo que vimos este viernes por la tarde fue la consecuencia de un mal hábito, de una mala costumbre, de una práctica ilegal que ha llegado al extremo. Parece que cuando alguien delinque en fragancia es indiscutiblemente culpable, pero si muchos lo hacen en grupo organizado la culpabilidad se diluye. Yo creo que debería ser al revés, cuando varios se reúnen a delinquir el delito es mucho peor y todos son igual de culpables: los que robaron, los que facilitaron el robo y los que presenciaron sin hacer nada.
Esperemos que imágenes infernales como las que acabamos de atestiguar no vuelvan a ocurrir nunca, pero para ello los mexicanos tenemos que erradicar el robo y la tranza, tenemos que dejar de justificar el crimen.
En este caso fue un robo a PEMEX, lo cual nos afecta a todos, pero en muchos casos son robos entre ciudadanos que no podemos seguir tolerando. La tranza no nos permite avanzar. No porque sea una práctica común está bien. Hay que acabar con la falta de honestidad y honradez si queremos una mejor comunidad.
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