Una vez visité Cancún con mi padre cuando no había nada. De hecho, la razón era llegar a Puerto Juárez para tomar el ferry a Isla Mujeres, para visitar a algunos amigos con los que también hacía negocios.
Era incluso la última parada de una ruta larga que incluía unos incipientes poblados de Tulum, Xel Há, Akumal, entre otros que recuerdo, donde mi padre les vendía a los pobladores productos de importación que traía desde Chetumal, principalmente latas con comestibles, leche evaporada, leche en polvo y también algunas prendas de vestir, telas, talcos, por mencionar algunos. De las marcas, la mayoría de los lectores se acordarán.
Pero verdaderamente mi primer contacto con Cancún fue en 1978, también por razones de trabajo de mi padre, aunque en esta ocasión con un encargo público: fue nombrado Director General de Seguridad Pública municipal por quien asumió ese año la Presidencia municipal, Lic. Felipe Amaro Santana.
Yo tenía desde Chetumal mucha amistad con los hijos del Lic. Amaro Santana y hasta hoy la conservo y con algunos de ellos me reuno a comer y a platicar anécdotas que, seguramente, pronto aparecerán en este espacio.
Cancún era muy incipiente, habían muy pocos hoteles, aunque el turismo comenzaba a conocerlo y la ocupación era buena, sobre todo en las temporadas fuertes de invierno, cuando era prácticamente imposible conseguir una habitación.
Acababa de salir de la preparatoria, hoy inexistente, del entonces Instituto Tecnológico Regional (ITR) y me inscribí a cursos intensivos de inglés para probar suerte laboral en hotelería.
Tenía apenas 17 años, por lo que no podía tener un empleo formal y mi inglés era muy incipiente. Pero mi padre tenía buenas relaciones y consiguió que Abelardo Vara Rivera, entonces director general del Camino Real, me aceptara para entrenamiento y en un par de meses, ya con un mejor nivel de inglés a base de estudio y práctica, ingresé formalmente a la nómina del hotel. De Abelardo sigo guardando buenos recuerdos y mantengo una bonita, aunque no muy cercana, amistad con él y su bella familia.
Al año siguiente decidí retomar mis estudios, pero mantener el trabajo y mis ingresos. Todo ello limitaba mis relaciones sociales, pero logré hacer buenos amigos y en mis días de descanso disfrutaba de subirme a una de las cinco patrullas (vehículos Volkswagen) que tenía entonces la Dirección a cargo de papá y, aunque poco pasaba, conocí muchos rincones de aquella pequeña ciudad que prácticamente terminaba en el crucero y cobraba de nuevo vida en el muelle de Puerto Juárez.
Con mis amigos no había mucho para hacer. Algunos nos sentábamos por horas en las noches en la piedra que servía de macetero a un árbol en la esquina frente a Palacio Municipal, donde estaban las instalaciones de un banco; creo que era la única sucursal bancaria en ese entonces.
A la primera fiesta que fui, conocí a prácticamente todos los jóvenes que habitamos la naciente ciudad. Ahí vi por primera vez a las hermanas Roma Barrera, principalmente las de mayor edad Patricia y Tiziana, y, por supuesto, a los hermanos Amaro Betancourt, ya “viejos” conocidos míos, que además eran mis guías en estos nuevos episodios de mi vida.
Hice grandes amigos que lamentablemente fallecieron jóvenes, entre ellos Fausto Tavera y Jorge Díaz de Sandy Barrera, primo hermano de las hermanas Roma Barrera.
Poco tiempo después, al igual que muchos de esos jóvenes que conocí entonces, salí a realizar estudios universitarios, en mi caso, en la ciudad de Mérida. Ahí llegaron también dos de los hermanos Amaro (Felipe y Francisco) con quienes pasé muchos momentos inolvidables, como visitas a amigas que conocimos ahí y a las que en algún momento llevábamos incluso serenata con una guitarra que apenas sabíamos “rascar” y con nuestras voces algo desafinadas. Creo que alguna ocasión nos aventaron agua o escuchamos gritos de los padres de nuestras amigas “invitándonos” a retirarnos.
Fue en esos tiempos cuando conseguí, por necesidades económicas, trabajo como “corrector de pruebas” en el Diario de Yucatán, donde luego ascendía a redactor y reportero.
Esa empresa fue la que me permitió regresar a Quintana Roo y continuar como observador de su desarrollo, pero en una condición más privilegiada, de lo cual hablaremos en otra entrega.
Por: Jorge Acevedo Marín
Este artículo fue publicado originalmente en quintanaroovivo.com y es reproducido con el permiso expreso de sus autores Para leer el artículo original visite https://www.quintanaroovivo.com/post/contacto-canc%C3%BAn
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